A veces la música inspira palabras y a veces las palabras inspiran música

  Johann Ludwig Wilhelm Müller (1794-1827)
Fue un poeta alemán. Sus poemas inspiraron a Franz Schubert para sus composiciones acerca de La bella molinera y Canciones de invierno.
Soledad
Como una nube atribulada
Que va en el aire alegre,
Cuando en la punta del abeto
Una brisa cansada gime.
Así alargo yo mis calles
Andando con pasos apáticos,
Cruzando vida clara y alegre
Solo y sin un saludo.
¡Ah, que el viento sea tan tranquilo,
¡Ah, que el mundo sea tan ligero!
Al bramar de la tormenta,
Nunca fui tan miserable.
*****
Rigidez
En vano busco en la nieve
El rastro que dejaron sus pasos
Cuando ella caminaba de mi brazo
Por la verde campiña.
Quisiera besar el suelo,
Fundiendo el hielo y la nieve
Con mis ardientes lágrimas
Hasta que se vea la tierra.
¿Dónde encontrar un retoño?
¿Dónde hallaré hierba verde?
Las flores han muerto
La hierba está marchita.
¿No habré de llevar conmigo
Un recuerdo de este lugar?
Cuando mi dolor se aplaque
¿Quién de ella me hablará?
Mi corazón está como muerto,
Su imagen congelada dentro de él.
Si otra vez llega a enternecerse
Su imagen también se fundirá.
*****

Buenas Noches
 
Como un extraño llegué,
parto también como un extraño.
Mayo fue benévolo conmigo
y me dio muchos ramos de flores.
La muchacha habló de amor,
su madre incluso de boda.
Ahora el mundo es tan lóbrego,
el camino está oculto por la nieve.
No puedo elegir
la hora de mi viaje,
he de encontrar el camino
en medio de esta oscuridad.
Me acompaña una sombra
que proyecta la luna,
y por los blancos campos
busco huellas de animales.
¿A qué permanecer más tiempo
y que me echen?
¡Que aúllen los perros aturdidos
ante la casa de su amo!
El amor gusta de vagar sin rumbo
-así lo ha hecho Dios-
de un lado para otro.
¡Así lo ha hecho Dios!
El amor gusta de vagar sin rumbo
-¡amada mía, buenas noches!-
de un lado para otro.
¡Amada mía, buenas noches!
No perturbaré tus sueños,
sería horrible para tu reposo,
no escucharás mis pasos.
¡Chito, chito, la puerta está cerrada!
Cuando paso por ella te escribo
en la puerta «Buenas noches»
para que puedas ver
que he pensado en ti.
*****
¿A Dónde?
Yo escuché al arroyuelo que murmura
al caer de la roca,
corriendo hacia el valle
tan fresco y cristalino.

No sé lo que me pasó,
tampoco quién me dio el consejo,
tuve que bajar
con mi vara.

Descendí cada vez más bajo,
siguiendo siempre junto al arroyo,
que cada vez murmuraba
más fresco y cristalino.

¿Entonces éste mi camino?
¡Oh arroyuelo!, dime, ¿a dónde vamos?
Con tu murmullo
me has embriagado mis sentidos.

¿Qué digo murmullo?
Estos no pueden ser murmullos.
Son las náyades que cantan
allá abajo su canción.

¡Déja que canten compañero,
deja que murmuren y sigue tu camino!
Pués todo arroyo claro
hace girar al molino.

El organillero

Al otro lado del pueblo
hay un organillero,
y con dedos entumecidos,
toca lo mejor que puede.

Con los pies desnudos, en la nieve,
va dando tumbos de un lado a otro
y su platillo
permanece siempre vacío.
A nadie le gusta escucharlo,
nadie lo mira,
y los perros gruñen
alrededor del anciano.
Y deja que pase
todo, como quiera;
gira, y su organillo
nunca permanece mudo.
Anciano singular,
¿debo ir contigo?
¿Quieres girar tu organillo
para mis canciones?
Agua que corre
Muchas lágrimas de mis ojos
Han caído en la nieve;
Sus fríos copos beben
Ansiosamente el dolor que encuentran.
Cuando la hierba va a brotar
Sopla de ahí un fuerte viento,
Y el hielo se disuelve en el témpano,
Y la débil nieve se derrite.
Nieve, tú conoces mi añoranza:
Dime, ¿a dónde conduce tu rumbo?
Sigue nada más mis lágrimas,
Toma rápido ese arroyito.
Atravesarás con él la ciudad,
Calles alegres aquí y allá:
Cuando sientas que mis lágrimas se derriten
Ahí será la casa de mi amada.
Mirada atrás
Me arden las plantas de los pies
De tanto andar sobre hielo y nieve.
Quisiera retener el aliento
Hasta que ya no vea las torres.
Me he tropezado con cada piedra,
Con esta prisa abandono la ciudad;
Los cuervos arrojan bolas y piedras
En mi sombrero desde todas las casas.
¡Qué diferente me habías recibido,
Tú, ciudad de la inconstancia!
En tu blancas ventanas cantan
Alondra y ruiseñor en barullo.
Los redondos tilos florecen
Las orillas claras murmuran claramente,
Y ay, dos ojos de doncella se derriten,
Esto fue por mí, mi amigo.

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